El
escritor Alberto Galván Tudela, en un interesante estudio
antropológico sobre el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, expone que éste “constituye
esencialmente el ritual de inversión simbólica por excelencia, entendiendo por
ello una serie o conjunto de comportamientos expresivos que invierten,
contradicen, ahogan o en cierto modo presentan, una alternativa a los códigos,
a los valores o normas sociales establecidos, y supone poner el orden, las
relaciones sociales, al revés“. Durante muchas décadas, la celebración de estas fiestas, –
precisamente por desarrollarse en la antesala de la Cuaresma cristiana, del
ayuno y del recogimiento -, suponía la permisión, por parte del pueblo, de la
ruptura sin pudor de cánones morales, la permisión de tolerar la ¿necesidad? de
los participantes de ridiculizar, caricaturizar o parodiar situaciones afines y
personajes conocidos, con más o menos contundencia, por medio de disfraces o
canciones, la trasgresión de las normas establecidas, el protagonismo de la
burla, la sátira, el desenfreno o la promiscuidad, el exceso también en lo
culinario como preludio del hecho de desterrar la carne para cumplir con la exigida
abstinencia cuaresmal, y, en definitiva, una rebeldía popular llevada en
volandas a través del disfraz, de la máscara, de los cánticos alegres, de la
algarabía y de la broma.
Fuente: http://www.carnavaltenerife.es